Alicia volteó a verlo, esa sonrisa con toque indigno y abrumador despidió en ella una sensación absurda de amor. Pudo haber sido el calor del tinto o un deseo atroz de entregarse, quizá fue más el tinto que la pone sensual. Hoy por fin lo miré, absorbí todo el sudor que pude de su cuello, colocar mi cabeza sobre su hombro era algo asqueroso y sucio, pero olerlo no evitó a que sintiera esa calma y al mismo tiempo esa premura de tenerlo. Tonta Alicia cree que todos la miran, cree que él también la mira; es difícil competir con esas piernas y esos ojos. Estúpida monogamia, debería ser un poco más vulgar y declararme activamente puta, así sería más sencillo; por ejemplo me arrimaría a Luciel y a Esteban, esa par si que son pura dinamita. Pero en cambio, tengo que seguir con él, es la norma, la idiota moral, el deber. Alicia se pavonea por todo el restaurante y con sus caderas nos grita a todos que es deseada, que es infinitamente deseada; yo sin embargo, tengo que conformarme con mirarlo y sonreír, sonreír de forma infantil para no delatarme; tengo cinco años y no dejo de querer esa paletita o ese globo de la esquina, siempre es desear lo ajeno, negar lo propio y desearlo a él. Sí tan sólo pudiera tocarlo una vez, por un momento la cajetilla de Camel hizo que sintiera su pulgar, su divino pulgar, creo que empiezo a odiar el tinto, me pone cachonda y me deja sola, es muy infeliz. Luciel me confesó que la quiere, que se muere por Alicia, yo por mi cuenta vuelvo a sonreír y hago un gesto de aceptación (no tengo otra alternativa), quisiera besarlo, decirle que ella no va a estar aquí cuando él vuelva, que se irá, (yo sé todo de ella, pues finalmente sigue siendo mi amiga). Me quedé rota, pasmada, absorta, destrozada. Por un momento pensé en consolarlo, pero consolarlo de qué, es inútil, no funciona nada, debería ofrecerme, ofrecerme a él, eso sería un movimiento estúpido, yo sé que me tomaría como se toma a una rosa marchita, me mordería, lo haría todo, besarme, tocarme, entrar en mí, y seguiría siendo la misma sucia flor marchita. Puedo convertirme en su pañuelo, en la rota imagen que desea de ella, en esos ojos, en esa piel amarilla y hermosa; tengo que conformarme con sentarme a beber y fumar, con despedirme a base de tristes abrazos y besos mudos, ser una ausente,un pecado, huérfana de alientos, la peregrina de sus desvelos, la sombra inerte de una noche de calor, un fantasma de angustias y deseos. Un poema, un beso, un adiós, ¿qué más puedo darle? Debería tirar todo, tirarme, envolver mis cenizas entre la pelusa de mi gato y mandarlo a la mierda, a la vil mierda. Repito tanto la palabra mierda porque me he quedado vacía, confundida, sorprendida. ¿Crees que alguna vez me vea? ¿qué alguna maldita vez me vea? Es una sola noche y no más.
Robertha Mayer